Casi no habían pasado ni 24 horas desde mi último post de marzo cuando vi en LinkedIn este video:
No sé tú, pero cualquier video o post inspirador que veo en LinkedIn tiene más autoridad moral en mí que cualquier reel de Instagram. Aunque yo no comparta casi nada en esa plataforma. Son las leyes no escritas de las redes.
Pero bueno, por si nadie te lo ha dicho hoy: you’re insane. Eres de los primeros 500 seguidores de este NL (si lo estás leyendo en tu mail). Gracias!
Y es que es bastante importante lo que nos decimos también a nosotros mismos, a nuestro cerebro y a nuestro corazón. Palabras de afirmación que se dice. He leído hace poco que nuestros cerebros están escuchando todo el tiempo, están programándose, como si estuvieran instalando aplicaciones constantemente… Nuestro cerebro es una esponja que absorbe todo lo que le decimos nosotros mismos. Cuando me digo algo a mí misma, mi cerebro lo escucha, lo procesa, y lo hace parte de su código. Así que cuidado con lo que dices, es muy probable que te estés escuchando.
Este mes he seguido leyendo “Amen sin tilde”, y me gusta la metáfora que usa Javi de ser pista de aterrizaje para otros:
“Si somos pista de aterrizaje, la persona viene a nosotros, descansa por un momento y al rato, vuelve a volar. En cambio, si somos aparcamientos, los coches llegan a nosotros arrastrándose, aparcan durante un rato y se vuelven a ir a ras del suelo. Tenemos la misión de animar a los que nos pidan ayuda para que retomen su vuelo, para que desplieguen todo su potencial, no para mantenerles anclados al suelo y estancados en lo mismo”.
Pues resulta que ahora, cada vez que veo un avión, pienso en esta imagen gráfica de alzar el vuelo a otros. Esto en psicología se llama “correlación ilusoria”, percibes una relación entre variables incluso cuando tal relación no existe. Una asociación falsa puede ser formada porque ocurrencias raras o recientes son más fáciles de recordar y por tanto tienden a capturar nuestra atención. Y claro, así se forman y permanecen los estereotipos.
¿Ya te he contado que mi madre es psicóloga y mi padre médico? Según esto, podrías estar pensando que en mi casa sólo se hablaba de casos médicos y patologías mentales o alimentarias. Es el estereotipo: un cliché o situación predecible. Pero la realidad es que no, que en mi casa se habla de la vida (la nuestra) y de chorradas también. Pero acudo a mi padre para mí y para todos mis compañeros en cuanto necesito diagnosticarme cualquier molestia o anomalía, y también para descifrar los resultados de los análisis por el simple placer de saberlo antes de que el médico de oficio dicte mi sentencia.
Y de mi madre… sin comentarios. Imagina el chollo de juntar los superpoderes de tu madre con los de tu psicólogo. Nivel superior a Marvel, te lo digo. Sé que a mí me van a pedir más cuentas. Estoy en ello.
Pero bueno, volviendo a los estereotipos, te dejo una guía para controlar la correlación ilusoria:
Nos conviene ser algo escépticos.
Vigilar nuestros prejuicios, estereotipos y discriminaciones.
Revisar nuestras falsas creencias provocadas por la falta de información, las teorías conspirativas o las noticias falsas creadas, con o sin la Inteligencia Artificial.
Eliminar los fundamentos erróneos de nuestras asociaciones, elegir aquellos con suficiente evidencia empírica y decidir así según la realidad.
Y en esto de los clichés, te voy a contar una cosa que me pasa cuando vuelvo a coincidir con alguien que hace mucho tiempo no veo. Me pasaba mucho cuando volví a Madrid después de nueve años fuera. A veces te recuerdan situaciones vividas que desprendían rasgos de tu personalidad, de tus gustos o aficiones, o de tus estupideces en tu (falta de) madurez. Y cuando quieres aportar todas las pruebas posibles y actuales de tu situación presente para alegar tu defensa, esa persona dice: “Tú no eras así”. Y claro que no lo era. No es Pokémon el único que digievoluciona.
La gente a veces se hace una idea sobre ti con la que se sentía cómoda. Y cuando cambias esa forma de ser, le generas una incomodidad. Así de simple. Damos por hecho que la gente es de una manera. Como si fuéramos un objeto con unas características concretas que toda la vida serán igual y pudiéramos pedir el libro de reclamaciones cuando esas características cambian.
Pero no solo lo hacemos con los demás. Lo más grave es que también lo hacemos con nosotros mismos. No nos permitimos a veces el cambio porque “somos así”.
Pues dice Enric Sánchez que “es que nadie es”. “Somos como estamos más cómodos en cada etapa de la vida, y no hay nada más incómodo que la gente que exige explicaciones sobre tus cambios de gustos, de opiniones o de perspectivas. Porque “ser” no puede significar una condena. “Ser”, nos guste o no, está en movimiento constante”.
También pasa con esto de escribir. Buena parte del hobby de escribir, y no la más gratificante, es releerse. Otra es detectar en algunos de los lectores una especie de expectativa, a veces incluso moral. Y dice Jesús Montiel que:
“A veces la vida me parece un idioma incomprensible, bordeo el infierno y me desespero. Yo soy el hilo de cobre, no la luz. El dedo que señala a la luna, no la luna. Hay ser humano, en fin, detrás de cada obra, por farmacéutica que esta pueda ser. Hay fragilidad, un corazón vulnerable asaltado por todos los flancos.
La vida es así para todos: un combate del que nadie sale ileso. La gente necesita héroes, pero los héroes no existen. O todos somos héroes, en realidad. Creo, estoy convencido, que quien idolatra tiene un problema serio. Porque los ídolos se acaban cayendo. Todos.
Quisiera recalcar que escribo sobre el amor desde la honestidad. Que hablo de Dios porque lo busco. Porque tengo sed de sentido. Que la realidad me parece sexy y continuamente me guiña el ojo, y yo bailo con ella encantado. Pero no me hagan responsable de lo que piensen que soy. Mis libros tienen vida más allá de mí, yo solo soy la aguja del sismógrafo.
Como afirmó Arvo Pärt, las metas que se propone el artista lo exceden. La obra supera las dimensiones del autor, sus límites. La obra se emancipa de las condiciones previas, realmente desfavorables.
Lean libros, escuchen música, miren cuadros, pero dejen en paz a los artistas”.
Al final, cada día es una vida. Esto tiene un poco de nostalgia. Ayer leí que la vida tiene una especie de guion invisible, casi imperceptible, que vamos siguiendo sin darnos cuenta y que nos va llevando a dónde tenemos que ir. Creo mucho en ese guion. Todo pasa por algo. Lo he vivido muchas veces. Pero hay trozos en los que te pierdes y agradecerías a un apuntador que te susurrara por qué línea vas desde un rincón del escenario. Cómo puede ser que haya gente que hoy no conocemos y que, en unos años, serán las personas más importantes de nuestras vidas. Y cómo es posible que algunas personas importantes se acaben convirtiendo en extraños. Lo que está por venir y lo que dejamos atrás. Cuando tenga que ser. Aunque nos impacientemos, aunque no lo veamos claro. Todo a su tiempo, a pesar de nosotros.
El arte de perder, que dicen algunos. Cuenta Martin Amis en su libro ‘La guerra contra el cliché’ que la clave del éxito del director Steven Spielberg cuando adaptó al cine ‘Parque Jurásico’, película con la que rompió la taquilla, fue renunciar a los dinosaurios voladores, a los pterodáctilos. Esa decisión, en palabras del propio director, hizo que la película fuese más realista, la mantuvo más pegada a tierra, sin caer en un exceso de efectos especiales y otras pirotecnias visuales. La idea de “hacer una película de dinosaurios realista” es un concepto asombroso.
Nunca olvides esta paradójica lección: a veces es importante saber renunciar, dejar ir. Por muy tentadora que pueda parecer una oportunidad (aunque esta sea un dinosaurio alado). No puedes tenerlo todo al mismo tiempo.
Mi bonus track de este mes va de esto. Según yo, era el año ‘96 en el que por fin me compré mi primer walkman. Creo que había tenido otros antes, pero ya sabes: heredados o prestados. Nada de mi propiedad ni a estrenar. Lo de grabar cintas lo había aprendido de mis hermanas cuando en verano estaban ancladas a la radio para grabar en el momento preciso los nº1 y canciones del verano con la intro del locutor incluida… había miles de esas cintas por casa. A cada una la bautizabas con un nombre original (eran las primeras playlists). Si eras ordenada, escribías en su caja las canciones enumeradas; si eras creativa, pintabas una portada para cada cassette.
Otra vez por las ramas. Perdón. Era el ‘96 y debajo de mi casa había una enorme tienda de la mismísima marca SONY. Digo que era enorme porque enorme era mi ilusión. Bajé unas cuantas veces para ver de cerca cada modelo de walkman que tenían y sus características. Preguntaba todo. Me contestaban a todo. Subía a mi casa de nuevo, pensaba y consideraba todas las opciones: me imaginaba por la calle escuchando música, en el bus del colegio dándole al play de 8.00 a 9.00 am cada mañana en ese intervalo de tiempo donde todo el mundo hacía deberes, dormía o simplemente no queríamos conversación. Pensaba qué modelo. Y volvía a bajar a la tienda. Tocaba todos los walkman una y otra vez… volvía a preguntar todo y más. Y el dependiente, con corbata y gomina típica de los 90, me volvía a explicar uno a uno los detalles de cada modelo, como si estuviese en un concesionario a punto de venderle un Porsche a un magnate preadolescente. Parecía Macaulay Culkin en “Solo en Casa 2” yendo de compras en Nueva York. La diferencia es que esto era con mis ahorros: 12.500 pesetas (o 75€ de ahora).
Finalmente compré un Sony Walkman WM-FX163 con radio AM/FM integrada. Y lo amorticé, ya te digo si lo hice. Funcionaba a la perfección, para mí era mi mejor arma. Hasta que en la fiesta del colegio del ‘97 (aquellos famosos Sports de las Irlandesas), posiblemente un año y medio después… me lo robaron. También me robaron un polo de rayas de Lloyd’s que era el polo de rayas que mejor me ha quedado en la historia de mi humanidad. Dejaron la mochila vacía (eso nunca lo entenderé). En mi propio colegio, donde yo estaba como en casa. Siempre he pensado que fueron unos quinquis de otro colegio pijo de La Moraleja, tipo Cara de Cráter y su pandilla en Grease. Unos que nos tendrían rabia o algo así. No podía ser nadie de mi confianza: y eso era todo el colegio.
No recuerdo ni si Loyola ganó ese día en los Sports, sólo me acuerdo del maldito robo. Pensé que nunca lo superaría, en serio. No iba a haber otro walkman en mi vida, no podía haberlo (había invertido toda mi pasta). No sé cómo sobreviví el resto del año. Porque creo que fue a finales de ese verano del ‘97 cuando mi hermana mayor volvió de su viaje a Japón y me trajo el walkman más pro de todo el mercado nipón. El jugo de langosta de los walkman del momento. Con el que nadie en España, ni en La Moraleja podrían competir. Y eso que yo no buscaba competir.
Era slim: eso quiere decir que lo podía meter perfectamente en el bolsillo de mi pantalón, no tenía enganche (los del ‘97 me entenderán). Medía exactamente lo que medía la cinta de música. Una pasada.
Su color era iridiscente: según cómo lo miraras era de un color o de otro, con una purpurina muuuuy sutil, como si hubiera venido del futuro.
Funcionaba con una batería recargable que simulaba una pila Duracell, pero cuadrada y aplanada (cabía perfectamente en un lateral, como si nada). Nunca más tendría que comprar pilas ni quitárselas a los mandos de la tele.
Con un mando redondo digital muy moderno, integrado en el cable de los cascos: el mando sí tenía pinza de enganche y, a parte de controlar el volumen y no sé qué más cosas, pasaba las canciones. Sí, lo repito: pasaba las canciones (de una cinta!!) para delante y para atrás, en velocidades x1, x2, x3, etc: tecnología punta y lo demás son tonterías.
Estaba MADE IN JAPAN. Pero es que además vino directo FROM JAPAN. Sin intermediarios. Un japonés se lo había vendido directamente a mi hermana: para mí.
Y no lo tenían, ni de lejos, en la tienda de SONY de debajo de mi casa, ni en El Corte Inglés de Goya, que para mí era como el Capitolio de cualquier compra.
El walkman es todo un icono de los años 80 y 90. El 24 de octubre de 2010 Sony dejó de fabricarlo, después de 25 años en el mercado. Yo, 5 años antes, todavía en perfecto estado, me desprendí de él. Fue como un poli entregando su placa: con personalidad propia, con libertad interior.
En honor a este icono, a mi walkman robado y al iridiscente, te dejo mi wrapped de aquellos maravillosos años: una playlist de temazos que corrieron en bucle por las venas electrónicas de esos aparatos. Enjoy it! :)