Unlocking memories.
Llevo varios meses pensando cómo iba a ser este último post (del año), como si tuviese que prepararme el discurso de los Oscars, por si me toca salir.
En fin de año (aunque queden 21 días) pega todo hacer un wrapped de tu año, o incluso de tu vida. La verdad es que lo que sí que decidí hace unos meses fue que este último post sobre todo contase historias. En 2023 cada mes que he escrito este NL mi gente más cercana me ha ido dando feedback. Algunos comentaban las recomendaciones que hacía, pero todos los meses, TO-DOS, alguien hacía referencia a las historias o anécdotas que he escrito sobre mi vida. O sea, yo me puedo pasar el mes recopilando material interesante que cae en mis manos, o dando un punto de vista sobre algo que me ha pasado, pero lo que realmente siempre salía a relucir eran esos sucesos que cuento, precisamente a cuento de nada. Recuerdos desbloqueados, unlocking memories.
Y mientras pensaba esto, leí:
“La mayoría de cosas no las recuerdas y sólo las recuerdas si al día siguiente algún testigo te las recuerda. A veces ni su testimonio es suficiente para llegar a acordarte de nada.
Qué caprichosa es la memoria cuando estás despierto. Vivimos cosas para luego recordarlas y luego hay muchas de esas vivencias que somos incapaces de recordar. Es triste. Crecer es triste, porque hacerse mayor implica olvido. Olvidas a gente, te olvidan, olvidas recuerdos, olvidas veranos, olvidas comidas, olvidas conciertos, olvidas dónde coño has dejado el puto móvil todo el rato. Y si estás solo, sin nadie, sin testigos, esos recuerdos mueren contigo (o sin ti, según lo mires), de hecho van muriendo antes que tú. Sin embargo si estás con alguien con quien has vivido algunas de las grandes cosas de tu vida, suele suceder que uno de ellos no recuerda nada y el otro se acuerda de casi todo. A veces se complementan y donde no llega la memoria de uno, llega la del otro y te recuerda, y te hace vibrar simplemente con decirte "¿te acuerdas de cuando (...)?" Y ahí estalla todo porque no hay nada más grande que alguien desbloqueándote un recuerdo.
Por eso es triste si en algún momento esas personas, por el motivo que sea, se distancian. En ese caso será difícil mantener con vida todo lo vivido. Es una putada”.
Por eso en este post voy a contarte tres historias que me pasaron, “sólo” eso. No sé si todo ocurrió como lo voy a contar, pero sí es tal cual como lo recuerdo y lo cuento. Es una manera de acercarte un poco más a mi vida. Espero que al menos te rías.
Soy la cuarta de cinco hermanos. Pero soy la pequeña de las chicas. Eso quiere decir que aunque no sea la pequeña de la familia, tampoco soy la mediana y ni de broma soy la mayor. Pero sí soy la pequeña a los ojos de quién mire el lado femenino de la familia. Y ya sabes que un gran don conlleva una gran responsabilidad. Pero precisamente por estar en tierra de nadie y no ostentar ningún título fraternal, a veces se me olvidaba esa responsabilidad. Y vivía feliz en mi mundo de baldosas amarillas, sin pensar que yo me tenía que encargar de algo. Era la cuarta en la línea de responsabilidad subsidiaria si algo pasaba en mi casa. No sé si me explico: para poder exigirme algo de lo que ser responsable a nivel familiar, tres personas por delante de mí tenían que haber sido irresponsables. Con esas leyes creía yo que se regía mi mundo de siete años (posiblemente eran más o menos, pero eso ahora da igual) en aquella víspera de puente antes de salir con mi familia de vacaciones. Sólo sé que era ya de noche, salíamos tarde para no pillar todo el atasco que decían mis padres que se formaba a la salida de cualquier puente de vacaciones. A ver, no nos íbamos a cruzar la península, estábamos sólo a 30 kilómetros del destino: nuestra casa de fin de semana a las afueras de Madrid, en Torrelodones. Un chalet que mis padres compraron a Ana Belén y Víctor Manuel… sí, los cantantes.
Lo que te digo, era de noche, hicimos una especie de “cadena humana” bajando las maletas y otros bultos al garaje para meterlos en el coche. Recuerdo que todos subimos y bajamos varias veces, pero en un momento estelar de la humanidad debí subir solo yo para coger no sé qué mío (quizás la GAME BOY) y sin pensar mucho cerré la puerta de mi casa y bajé. CERRÉ. LA PUERTA. DE MI CASA. Al llegar al garaje no sé cuál de todas las señales fue la que activó mi cerebro para darme cuenta de que había sido la última en bajar. Es decir, toda mi familia estábamos en el garaje. Incluso el perro.
Y entonces fue cuando mi madre dijo: “subo un momento a casa que me he dejado “no sé qué”, ¿has dejado abierto verdad?” La verdad es que no sé si mi madre dijo eso o cualquier otra frase, pero sé que fue el momento en el que tuve que intervenir en la escena porque la pregunta iba para mí y sólo para mí. Y de la pregunta me acuerdo como si me la acabase de decir ahora mismo.
Yo le contesté tranquilamente que no, que por supuesto había cerrado la puerta. Lo dije con la seguridad de una buena hija que cumple con el protocolo familiar de que cuando uno sale de casa: cierra la puerta. Casi que lo dije con orgullo de haber hecho bien las cosas.
Y entonces noté las miradas de mis hermanas mayores que caían sobre mi cabeza, la perplejidad de mi padre que anunciaba la segunda pregunta de mi madre que fue la más eterna que han escuchado mis oídos: Pilu, ¿y has cogido mi bolso antes de salir, v-e-r-d-a-d?
Digo que se me hizo eterna porque aunque durase menos de dos segundos, a mi cabeza le dio tiempo de pensar tres millones de posibles respuestas a la velocidad de la luz. Quizá vi pasar los últimos minutos de mi vida rápidamente por mi cabeza como quien tiene esa experiencia cercana a la muerte.
Yo no había cogido ningún bolso. En todo caso había cogido mi GAME BOY.
Yo ni había visto el bolso de mi madre, ni sabía que era mi responsabilidad cogerlo.
Luego volvió a decir mi madre: Pilu, te dije que cogieras mi bolso antes de bajar. Tengo ahí las llaves de casa. Lo dijo en un tono MUY de madre.
Entonces mi cabeza comprendió que lo verdaderamente mortal no era que hubiese cerrado la puerta de casa, sino que la hubiese cerrado con el bolso de mi madre dentro. Y que las llaves de casa estuvieran dentro de ese bolso. Y que todos estuviésemos en el garaje con la puerta de mi casa cerrada. Y que nadie más de nosotros tuviese llaves de mi casa. Y que fuera muy tarde en una noche víspera de un puente. Y que por eso el portero que tiene la copia de las llaves de mi casa ya no estaba en mi edificio con la copia de las llaves de mi casa. Y que tuvimos que esperar como dos horas más hasta que el alma caritativa de mi portero apareciese con la copia de las llaves de mi casa. Llegamos de madrugada a nuestro chalet de Torrelodones. Los detalles me los ahorro.
Era un miércoles. 20 de mayo de 1998. Supongo que esta fecha así de pronto no te recuerda nada. Pero el Madrid jugaba la final de la Champions. Una Champions que hacía 32 años que no ganaban. Recuerdo estar viéndolo con mi padre mientras me terminaba a contrarreloj “Historia de una escalera” de Buero Vallejo. Un libro que probablemente semanas antes nos habían pedido leer en el cole. Un libro del que tenía un examen al día siguiente. Los colegios nunca tienen en cuenta si el Madrid se juega la Champions la noche antes de tu examen. Les da exactamente igual, así que tienes que vivir con eso. Yo leía mientras mi padre comentaba el partido con su bolsa de patatas fritas al lado. Yo en el sofá, mi padre sentado en el suelo apoyado en ese sofá. Era un ritual. El de mi padre digo.
De pronto llamaron al timbre varias veces como si no hubiera un mañana. No sé quién abrió, supongo que yo no. Pero ante la insistencia y el jaleo que se montó en la cocina me asomé para ver qué pasaba. Los bomberos habían tomado el edificio. Literal. Subían y bajaban las escaleras llamando a todos los vecinos para que desalojaran sus casas: el 7º piso estaba en llamas. Todo controlado, pero que bajáramos a la calle. A los bomberos también les daba exactamente igual que el Madrid estuviera jugando la final de la Champions (quizá a alguno de ellos le estaba tocando las narices que precisamente estuviera jugando el Madrid mientras él hacía su trabajo).
Yo fui al salón para contarle a mi padre lo que estaba pasando y que teníamos que ir bajando, que me lo había dicho un bombero. Recuerdo que mientras metía la mano en la bolsa de patatas y sin apartar los ojos del campo de fútbol me preguntó en qué piso era el incendio. Le dije que en el 7º, pero que estaba todo controlado, que eso también me lo había dicho el bombero. Y me contestó: vale, yo no voy a bajar porque está jugándosela el Madrid. Si están los bomberos y todo está controlado no hace falta que baje. Vivimos en un 1º y el fuego está en el 7º. Y el fuego sube hacia arriba. Bajad todos y cerráis la puerta, como si aquí ya no quedase nadie, ¿vale? Y siguió viendo el partido.
Me lo dijo con tal serenidad que no me quedó otra que coger mi libro de Buero Vallejo, salir por la puerta y bajar las escaleras a la calle. Con la sensación de obedecer a mi padre y ser posible cómplice de su muerte al mismo tiempo. Ya en la calle miraba hacia arriba y sólo veía una inmensa chimenea de humo negro subiendo hacia arriba. Y recuerdo preguntar varias veces sin control si realmente todo estaba controlado. No sabía si sería capaz de volver a subir a por mi padre dentro de un edificio en llamas. Y mucho menos si sería capaz de convencerle para que dejase de ver la final de la Champions.
Aquella tarde pasó a la historia con varias victorias. Bomberos: 1. Incendio: 0. Real Madrid 1. Juventus: 0. Mi padre: 1. Sistema mundial: 0.
El Madrid ganó la 7ª Copa de la Champions mientras el 7º se incendiaba.
Era un verano de no sé qué año. Y ya habíamos vendido el chalet de Torrelodones. Ahora teníamos (y tenemos) una casa más grande de 3 pisos y 3 terrazas. Acababan de llegar ese día 2 americanas de cuyo nombre prefiero no acordarme. Iban a pasar ese mes con mi familia para aprender español. Eso no era nada nuevo en mi familia. Lo nuevo es que esa noche había luna llena. Y dos de mis hermanas mayores eran adolescentes. Y se les ocurrió una idea genial. Nunca mezcles un par de adolescentes con luna llena. 🌕
De las tres terrazas, a la más alta, la del tercer piso, se accedía desde el pasillo de nuestras habitaciones. Hasta ahí todo bien. El único “pero” es que no tenía barandilla. Era una terraza pequeña, la más pequeña de todas. Y era una terraza que no digo que mis padres nos tuvieran prohibido subir, porque mis padres no son muy de prohibir nada. Pero subías allí contadas veces. Hasta esa noche. Mis hermanas pensaron que no había mejor plan que estrenar la estancia de las americanas viendo la luna llena desde esa terracita. Noche cerrada. Pero luna llena alumbrando el panorama. Antes de acceder a la terraza, a modo de “seguridad” había una vaya con barrotes blancos que había que superar para pisar la terraza. Cinco adolescentes hispano-americanas saltaron la valla y se pusieron “en camino”. Yo y mi hermano mega pequeño (no sé, 4-5 años?) queríamos hacer lo mismo, con el handicap de que la valla era más alta para nosotros. Obviamente yo conseguí saltarla, pero mi hermano estaba en ello cuando de pronto empezaron a gritar como en una peli de miedo. Justo tres metros más a mi izquierda habían ido las cuatro adolescentes en fila (americanas first, please) enseñando las ventanas de cada habitación. Con la mala suerte de que el suelo de la terraza no llegaba hasta la última ventana… y la americana que iba encabezando la fila dio un paso en falso y se precipitó hasta la segunda terraza. La distancia puede ser de metro o metro y medio, no más. Pero no saltó, sino que se lanzó al vacío sin saberlo. Se dio un buen golpe y perdió el conocimiento: charco de sangre rodeando su cabeza. Todo se agiganta cuando eres adolescente, cuando desafías a tus padres, cuando es de noche, cuando hay luna llena, cuando tienes invitadas que acabas de conocer y cuando todo hace parecer que has cometido un crimen. En menos de un minuto todas dieron marcha atrás y sobrevolaron la valla de barrotes blancos de un salto mientras bajaban a la cocina de abajo para avisar a mis padres. Mientras, te recuerdo que yo pude contemplar toda la escena sin comprender nada y con mi hermano pequeño enganchado su pie entre dos barrotes sin ir para alante ni para atrás. Con los nervios por las nubes, yo sólo quería irme y desaparecer de la escena del crimen porque era la única al otro lado de la valla junto con la americana que yo creía muerta. No sabía qué era mejor: si ser otra víctima más tirándome al vacío o esperar a que subieran mis padres y ellos mismos fuesen los que me matasen. Creo que ese pudo ser mi primer ataque de ansiedad.
Gracias a Dios y a que mis padres saben actuar antes que echar una bronca, se llevaron a la americana al hospital más cercano. Sobrevivió, pero durante toda su estancia en España tuvo que llevar un collarín y un ojo morado durante varias semanas.
Te he contado tres historias que no tienen más, pero a mí me marcaron la infancia. Todos tenemos recuerdos que dirigen el curso de nuestra historia. Plasticidad de nuestro cerebro lo llaman los científicos. En un primer momento tenía diez historias seleccionadas. Ya sabes lo que me gusta el 10. Pero tengo que respetar el tiempo de lectura. El resto te las contaré algún día. No lo dudes. Espero que te hayas reído en esta cena mensual.
¿Qué recomendaciones te hago este mes? Pocas: un corazón ligero como dictan los propósitos de año nuevo de Jesús Terrés en Nada importa:
“Vivir al compás — esa alquimia callada. Ser mejor amigo de mis amigos, estar junto a ellos cuando el día se vista noche (yo he estado ahí, cuando no hay luz, cuando tan solo hay frío) viajar con la ilusión de un niño, seguir dándole razones para quererme, volver a las fotografías analógicas con la Leica. Ser un Emperador, un nómada, una amazona, un derviche. Lee, mira y siente. Es más importante escuchar que hablar. Mucho más. No opines si no te preguntan. Observa, come, huele, toca y aprende. No tengas más amo que el tiempo. Recuerda esto: la productividad casi siempre es una trampa. A veces los planes se tuercen pero es que la vida no entiende de horarios —perdernos de vuelta al hotel, tener la certeza de que en realidad no hay más éxito que este amor, no ambicionar nada más que un corazón ligero”.
Y algo aparentemente más frívolo pero que me ha dado mucho que pensar este mes de diciembre (y aún no he acabado): el documental de Beckham. También apto para no madridistas.
¡Feliz Navidad y feliz año!