Eeeh… hola? Ya es 10, y no 9, porque ayer me quedé dormida escribiendo esta NL. Coincidirás conmigo en que este trimestre se está haciendo más largo que un día sin donuts.
Tengo la tentación de moda: pedirle a ChatGPT que redacte esto por mí. Créeme, podría hacerlo muuuy bien, últimamente me tiene sorprendida. Una amiga me habló de Monday, una nueva voz de GPT que no es una IA muy amigable, que digamos. Es más bien gruñona, claramente representa el estado de ánimo del lunes de la mayoría de las personas, dando respuestas bastante desagradables o, podríamos decir, groseras. Si tienes un lunes muy lunes, quizá te ríes preguntándole cosas o quizás quieras partirle la cara (a ChatGPT, me refiero).
Pero oye, me hizo gracia que la IA también tenga días malos y le saque partido a eso. Pienso que el sentido del humor es como encender un ventilador de optimismo. Estoy leyendo estos días a Walter Riso en “El poder del pensamiento flexible”, y me corrobora algo que practico o me recetan con frecuencia: la risa y el sentido del humor reducen el estrés y la ansiedad, mejoran la calidad de vida, ayudan a eliminar la depresión y permiten sobrellevar mejor una enfermedad y el dolor relacionado. Más o menos tiene el mismo efecto terapéutico que el mar… sólo que el mar no es tan accesible en cualquier momento.
Con este libro también he conseguido poner palabras a algo que en muchas conversaciones nos confundía a veces: tener una mente sencilla no es ser simple. Aquí te dejo algunas ideas que lo explican mejor:
La sencillez de la mente va acompañada de lucidez.
La sencillez constituye el antídoto de la reflexividad y de la inteligencia, porque le impide acrecentarse.
Lo simple es insípido; lo sencillo rebosa en gusto y belleza intrínseca.
Lo simple es la ignorancia de uno mismo sin tener conciencia de ello; la sencillez es el olvido de uno mismo luego de conocerse.
Lo simple es pesado, torpe y disfuncional; lo sencillo es ligero, ágil y funcional.
El simple es peligrosamente estúpido; el sencillo es maravillosamente sabio.
Cuanto más sencilla es una mente, más se ilumina, más crece. Cuanto más simple es una mente, más se cierra sobre sí misma.
En fin, de la sencillez he pasado al amor tranquilo, una idea sobre la que he leído y pensado de un tiempo a esta parte. A ver cómo me explico. Últimamente tengo la sensación de que pesan más las cosas que aprendí mal que las que quedan por descubrir. Y eso que mi curiosidad está en un nivel alto. Pero es que casi todo lo que venga está condicionado por lo que (creo) que sé. No sé, es como si quisiera quitarme piedras de los bolsillos, ser más capaz de desaprender que de aprender de nuevo. Deshacerme de lo que sobra para ir más ligera.
Enfadarse poco, apasionarse mucho, discutir lo justo y querer bien. Porque el amor cura. Te dicen que es un huracán que lo hace volar todo por los aires, pero no lo es. El amor es todo lo que pasa mientras el huracán arrasa. El amor es confianza. Ausencia de miedo. Y ese es el único que vale la pena: el amor tranquilo. La palabra justa, la caricia lenta, el cariño en todo. Compartir tiempo, descubrirse, admirarse. El amor no pesa ni ocupa espacio. Porque el amor es lo que queda cuando sacas lo que sobra. Pues eso.
He titulado esta NL como la canción de The Byrds. Porque, ya lo decía el libro del Eclesiastés: hay un tiempo para todo. En estas últimas semanas he estado con varias amigas que están viviendo (por separado cada una) un giro inesperado de los acontecimientos. A todos nos llega o ya tenemos experiencia.
Y hay que girar. Supongo que a girar se aprende. Como hemos aprendido o nos han enseñado tantas cosas. O todas las cosas. Y el otro día pensaba esto: ¿dónde empieza la historia de cada uno? Solemos empezar por el primer trabajo o por qué carrera estudiamos, pero ese nunca es el inicio, esa es la consecuencia. Es una decisión importante que nos marca, pero hay que ir a la causa: ¿cómo nos han enseñado? Porque eso va a marcar todas nuestras relaciones futuras. Nuestra forma de vincularnos es la respuesta a esa pregunta.
Nuestro carácter, nuestra manera de estar en el mundo y de relacionarnos con los demás, las cosas que nos ofenden y las que nos halagan, son el resultado de qué nos creímos acerca del amor. Pero ojo, que esto no tiene culpables. Ni es determinista. Estamos condenados a aprender y desaprender toda la vida, no hay una edad en la que: “ya”.
Supongo que para girar, también hay que soltar. Es como pasar de nivel* (luego rescato esto y te cuento una cosa). Eso lo he ido aprendiendo, pero de una manera gráfica me pasa ahora que trabajo y vivo en el mismo barrio en el que crecí. A unas calles de mi casa de toda la vida. Puede que esto ya te lo haya contado (pero es que vamos por 28 NL, no me lo tengas en cuenta). Hace 5 años que he vuelto a vivir aquí, pero hacía 17 años que no vivía en él. Y claro, pues está bastante cambiado. Al principio fue como volver de visita, como de turista. Me sentía extraña en sitios que un día fueron míos. Muy míos. Es una sensación de pérdida mezclada con una nostalgia que asoma en cada esquina.
Recuerdo mi barrio. Mi barrio que fue muy barrio y por eso a día de hoy en Madrid se llama a esta zona Barrio de Salamanca. Tenía cerca todos mis servicios. Mi kiosco, mi ultramarinos, mi súper, mi panadería, mi parroquia, mi Burger (sí, primero fue Burger), mis cines, mi papelería, mi tienda de regalos, mis parques, mi metro, mi cabina de teléfono, mi librería, mi tienda de chuches, mi videoclub. Aquella porción de la ciudad me pertenecía de algún modo, y la sensación de pertenencia era tan sincera que uno llegaba a convencerse de que vivía allí de verdad, y no de prestado. Podía decir que había estado con Luis el frutero y mi madre podría comprobarlo. Mi portero, Germán, tocaba todos los días a las 9 de la noche para recoger la basura y casi preguntarnos qué íbamos a cenar. También recuerdo a mis vecinos y los hijos de los vecinos. Y cuando nos trajeron los Reyes unos walkie-talkies y podíamos escuchar con interferencias las conversaciones de teléfono de mis vecinos. Los vecinos del edificio de en frente que distraían mi estudio y llamaban mi atención con un láser rojo que bailaba por todo el cuarto, en plan código rojo. El café de vecinas que montaba mi madre en el salón de mi casa donde se ponían al día y se les hacía de noche.
Seguro que a ti también te viene a la mente algún lugar que ya no es tuyo pero que lo fue algún día. Si lo vuelves a caminar, si te pierdes un rato por esos lares que fueron de tu propiedad, recrearás escenas vitales que ya no existen pero que fueron episodios de tus primeras temporadas en la serie de tu vida. Y estar cerca de los sitios donde ocurrieron los recuerdos felices los sacraliza, los hace más puros. Casi se reviven.
Pero la vida muta y los sitios, aunque sigan ubicados siempre en el mismo lugar, se divorcian de nuestras vidas por mero azar. Estas separaciones nos las planteamos con respecto a la gente, pero no con los sitios aunque también ocurran. Volver a verlos es un ejercicio de nostalgia pura, una rememoración de una relación preciosa que acabó sin culpa de ninguno. Es como cuando digo yo viví en Canarias, como si no hubiera superado esa ruptura. Y la gente me mira y no me entiende, y yo no digo nada más, con la prudencia condescendiente de quien ha vivido allí y no quiere restregárselo con saña a nadie. No es bueno fardar, nos decimos los exs de las islas afortunadas. Y sonreímos 😏. No viajo a Canarias con la frecuencia que debería… digo, que me gustaría, pero eso hace que volver sea más especial cuando sucede. Y siempre paseo admirando esos trozos de mi vida. Es como dar una vuelta por trocitos de mi pasado, una suerte de máquina del tiempo que siempre me espera a más de dos mil kilómetros de casa.
Veo con frecuencia a gente con la que he tenido la suerte de vivir allí, y si nos contamos los charcos de nuestra vida actual, suelo decir: eso se superaría yendo a Radazul y comiendo un bocata de jamón en Casa Chano. Y nos entendemos.
Me pasa en Canarias, me pasa en mi barrio de Madriz, que me sorprendo mientras paseo copando las conversaciones con anécdotas añejas como el buen ron, señalando establecimientos que eran otra cosa en mi época, bares que siguen existiendo, calles donde se vivieron planazos adolescentes y parques donde aprendí algunas cosas. Y esa esquina, y el portal de la que fue mi casa, y donde paraba mi ruta del cole. Qué grande es caminar por los recuerdos. Todos tenemos un barrio. Y volver a estos sitios, ya sin ser nadie, cargados de pasado en la cabeza y dispuestos a rememorarlos con ilusión, es algo que recomiendo.
Pero hay que intentar recordar también lo malo, aunque sea de pasada, porque caminar con la nostalgia como única compañera durante estos paseos es harto peligroso. Te lo digo por experiencia. Nada fue perfecto, y precisamente por eso hoy el conjunto lo es. Los vaivenes, los malos ratos y los llantos también han de ser recordados. Las rupturas, los suspensos y las penas. Las despedidas y los chaparrones, ya sean del cielo o de la mente. Porque la vida también tiene esas cosas, y traerlas a colación hace aún más puro el paso por los lugares que una vez fueron y en los que hoy ya no somos. Esto ayuda también para cualquier “Turn! Turn! Turn!” que te toque vivir en las próximas temporadas de tu vida.
* Vuelvo sobre el tema de “pasar de nivel”. He dicho que en mi barrio había de todo. También estaban los recreativos de Francisco Silvela. Si me conoces de hace mucho tiempo te habrás sonreído. Yo podría decir sin complejos que fui ludópata en mi adolescencia. Todos tenemos alguna tendencia a la adicción. También me pasó con la coca… cola. Pero bueno, a lo que iba, mi mejor amiga de esa época y yo éramos las reinas de aquel sitio. Teníamos zero competencia femenina, todo hay que decirlo. Pero se nos daban bien los videojuegos, se nos daba bien el billar, se nos daba bien en general todo lo que ofrecían allí. No recuerdo si tenía paga fija, pero sí recuerdo que el 80% de lo que entraba en mi bolsillo lo invertía cada finde en ese lugar. El 20% restante lo invertía entre semana en los recreos, consumiendo en el bar de mi colegio (… consumiendo bocadillos, conchascodan y latas de Coca-Cola bien frías).
Visto desde fuera puedes pensar que menos mal que cambié el rumbo de mi vida. Pero la verdad es que pienso que aquellos años me enseñaron también mucho del pensamiento lúdico que hoy también me hace ser como soy. Sin el pensamiento lúdico viviríamos atrapados en la desdicha. Es un agente de cambio de alto poder: se opone a la solemnidad, la amargura, lo sombrío, lo sesudo, lo aburrido, lo encapsulado, lo perfeccionista, lo monótono, lo severo… a cualquier estilo de vida basado en la formalidad extrema🤢.
De alguna manera, gracias a esto, hoy no me tomo tan en serio a mí misma (y espero por eso ser menos engreída… que no flipada 😏), no caigo en la monotonía y espero que tampoco en la amargura, fomenta bastante mis procesos creativos, disminuye mis “deberías” y cualquier otro imperativo que me impida vivir alegremente, he aprendido a tomar distancia de mis problemas personales, ser más optimista, superar el miedo a equivocarme (me han dicho taaantos “GAME OVER” en mi vida), soy más espontánea… haciendo del humor un estilo de vida. Todo esto es compatible, gracias a Dios, con mis días perros. Y a veces también me lo tienen que recordar: play again.
Termino con una reflexión que leí en instagram (gracias a quien me lo compartió), que podría resumir esto que hemos hablado de amar en lo concreto y con sencillez (lo hemos hablado por separado, por eso lo junto ahora): son algunas referencias de lo que significa amar de verdad. Lo importante, me parece, no es si has vivido esto en tu casa con tus padres. Lo importante es si puedes aplicarlo ahora en tus relaciones y vínculos cotidianos. Hope you enjoy it!
“Mi madre dice muchas cosas, mi padre las escucha todas.
Mi padre pone la radio cada mañana a tope, mi madre se ha acostumbrado al sonido de ella desde las siete de la mañana.
A mi madre le gusta el ajedrez, mi padre se pone videos de ajedrez para ser un buen rival.
Mi madre descansa los viernes, mi padre prepara cada viernes una cena especial.
Mi padre madruga, mi madre nunca le deja desayunar solo.
A mi madre le encanta tomar el sol, mi padre le prepara su tumbona en el jardín.
Mi padre adora las motos, mi madre ve las carreras con él.
Mi madre lee, mi padre escucha con atención lo que le cuenta.
Mi padre pone música para todo, mi madre la baila con él.
Mi madre se va a trabajar, mi padre la llama antes de dormir.
Suena sencillo, pero amar en lo simple es lo más complicado”.
Llega semana Santa y con ella se estrena en cines la 5ª Temporada de The Chosen. To everything, there is a season. Hace unas semanas pude estar en la premier en Callao. Me refiero a que pude estar en la calle viendo como otros entraban a la premier. Y nada más salir del metro: me encuentro a una amiga. Una amiga que me recuerda ayer esto para ver si sale en la NL. No entré a la premier y casi no veo a los actores en el photocall, pero oye: las esperas se hacen más cortas en buena compañía.
¡Feliz semana Santa!