Pues aquí estamos, por octava vez. Sí, llevo más de medio año escribiendo, quién me lo iba a decir. Y aquí estás tú por… octava vez? o quizá es la primera. No te lo voy a tener en cuenta, puedes leer los anteriores meses aquí. Pero te advierto: igual luego no puedes dejar de leerme.
¿Te ha pasado alguna vez? No poder dejar de hacer algo. Pegarte un atracón. A mí me pasa bastante, desde que era pequeña, vamos. Supongo que casi todo empieza por la comida, pero luego va una canción, un videojuego, una peli, una palabra, una idea, una conversación…
Al principio, cuando no sabía ni que existía la virtud de la templanza, esos atracones me provocaban luego un rechazo brutal de lo que había sido para mí un paraíso. Primero me pasó con las patatas fritas de bolsa de toda la vida que sacaba mi padre mientras veía el fútbol en casa o en el coche en un viaje largo y ponía el partido por la radio. Ese fue un atracón por imitación a mi padre, pero no lo controlé mucho y el caso es que todavía a día de hoy no soy muy fan de las patatas fritas de bolsa de toda la vida… de los Doritos sí; de esos puedo comer todos los que quieras, debe ser como un maná para mí. No me hacen daño. En absoluto.
Luego fueron las palmeras de chocolate. Creo que no fueron muchas, sino una inmensa, tan grande que me harté. Y mi organismo sólo acepta muy de vez en cuando algunas muy concretas, no me vale cualquier palmera.
Pero lo que más recuerdo fue un día, no sé si por mi santo, que en mi casa se nos ocurrió la maravillosa idea de hacer bandejas de gelatina de colores para hacer figuritas con moldes. Y supongo que por ser tan brillante, con tanto colorante y que entraban solas, a mí se me fue la olla como pocas veces en mi vida se me ha ido y me comí todas las figuritas de gelatina que hubiera en mi campo de visión, además de todas las que nadie quiso (que fueron muchas). Pero eso no fue lo peor. Al día siguiente no pude ir al colegio de lo mal que me encontraba. Y me quedé en casa. Y encendí la tele. Y justo, JUSTO, salió la escena de La Bella y la Bestia donde Din Don se sumerge en un pastel de gelatina asqueroso en la mítica canción “Qué festín”. Es mi mayor trauma conocido hasta el momento. Me fui corriendo al baño para no estropear la alfombra. Sólo de escribirte esto y recordarlo me entran náuseas. Creo que alguna vez mientras veía esa peli tuve que pedir que pasaran esa escena, en serio. Al mismo nivel que la historia que cuenta Gordi a los Fratelli en la peli de Los Goonies.
Luego pasaron los años, crecí sin patatas fritas, ni palmeras de chocolate, ni gelatinas. Aprendí un poco que existía la templanza… y me volvió a pasar con la crema de cacahuete (peanut butter). Pero no siempre es literalmente. Me explico. A veces claro que tengo que “parar” y dejar de hacer algo que me engancha: la vida tiene un guión exigente, ya sabes. Pero no se me va de la cabeza, ni del corazón. Lo que vengo diciéndote de estar “en bucle”. EN. BUCLE. Pues eso es el verbo inglés “binge” y resulta que hay cosas con las que te das un atracón y es oro puro para tu vida. Qué ironía, ¿no?
Los de The Chosen usan este eslogan con la serie: “Binge Jesus”. Te dejo aquí la explicación de su director, Dallas Jenkins (tiene subtítulos en español):
Te digo esto y a la vez, con el espíritu de contradicción que me caracteriza, tengo nostalgia del valor de la espera que nos enseñaron las series en los 90 (es que esas fueron las mías), cuando no existían plataformas con miles de opciones y millones de capítulos y temporadas al alcance de la mano. En aquel entonces, saber qué iba a pasar era sólo un producto de tu imaginación y de tu conversación con tus amigos en el colegio. Algo así como la boda de Tamara Falcó y su exclusiva en la revista “¡Hola!”. Y como este NL, que no sabes sobre qué hablaré cada mes. Por eso un reto que tengo con cualquier serie es ver un capítulo por semana, aunque ya estén todos disponibles. Es un entrenamiento que me ayuda a disfrutar del valor de la espera que enseña la vida en otros campos. No sé, piénsalo. Está en tu mano… o en tu mando.
Y llevo un par de días también con un “binge Papa Francisco”, si se puede decir así. Del 2 al 6 de agosto estuve en la JMJ de Lisboa, un evento donde el Papa convoca a jóvenes católicos de todo el mundo. Muchas cosas me han pasado en esos días, porque también muchas cosas se han dicho en esos días. ¿Sabes cuando eres consciente de estar participando en algo histórico? No sé, se te estremece el cuerpo en determinados momentos. Sabes de verdad que eres el presente y el futuro de la Iglesia. Y todo eso necesita reposo. Conservarlo y recordarlo. Re-cordar: volver a pasar por el corazón. Me estoy leyendo todos los discursos y homilías que pronunció el Papa en cada encuentro que tuvo. Y tomando notas. De esto voy a vivir los próximos 4 años, hasta la siguiente JMJ en Corea del Sur, 2027. Te dejo aquí un libro electrónico gratuito y descargable que recoge todo lo de esos días, por si te interesa.
Para los escépticos que prefieren un tráiler, os dejo aquí varios highlights del Papa a los jóvenes:
En la Iglesia cabemos todos, hay sitio para todos. No sobra nadie.
Hemos sido llamados porque somos amados. Hemos sido llamados por nuestro nombre, como somos, sin maquillaje.
Ninguno de ustedes está aquí por casualidad.
En el arte de ascender, lo importante no es no caer, sino no permanecer caído.
La alegría es misionera, no es para uno, es para llevarla a otros.
El que permanece caído ya se jubiló de la vida. ¡Levántate!
El único momento que es lícito mirar a una persona de arriba a abajo es para ayudarla a levantarse.
El que ama vuela, corre y se alegra.
Sólo hay una cosa gratis en esta vida: el amor de Jesús. Y sorprende siempre.
Como ves son mensajes muy claros, directos e incluso gráficos. Es muy fácil entender y conectar con Francisco. Ya te lo he dicho más veces. Y es un arte el de la comunicación clara, ¿no crees?
Yo últimamente no me aclaro mucho en las conversaciones que tengo. Quiero pensar que es por cansancio, pero nada me lo asegura. De pronto me veo como en un doble nivel de conversación donde lo que no se dice -pero intuyes- es lo más importante. Como si hubiera un código morse que descifrar. Y me acuerdo de Alejandro Sanz cuando canta eso de “ahora que tenemos la oportunidad, nos callaremos los dos, tú por mí, yo por ti, por no enredar, ya ves… ¿por qué será que lo hacemos?”
Mientras indago en qué me pasa, he leído que existe el derecho a entender y el deber de comunicar con claridad, si te interesa, en este link tienes 3 guías-pdf de Prodigioso Volcán (de verdad, no me dan comisión, pero son interesantes):
Guía del derecho a entender - comunicación clara
Guía para una comunicación más inclusiva
Presentaciones de impacto
A veces pienso que me facilitaría usar una simple palabra con mucho contenido, que signifique todo el cúmulo de cosas que quiero expresar. No sé, como esas palabras japonesas cortas y chulas que pueden resumir un capítulo entero de tu vida como: haiku, henko, ikigai, sushi.
"Si se junta lo que se ama y las habilidades, se identifica la pasión. Si se junta lo que se ama con lo que el mundo necesita, se halla la misión. Si se junta la actividad en la que una persona es buena con lo que le pagan, se obtiene la profesión. Si se junta aquello por lo que a alguien le pagan y lo que el mundo necesita, se encuentra la vocación. Si se juntan las cuatro variables, se encuentra el Ikigai".
Al final siempre estas limitaciones (vuelvo al tema de la comunicación clara) te retan a ser mejor, es como las comparaciones. El enemigo nos sirve para mejorar. Reconocer y combatir al enemigo en nuestra vida personal, profesional o en nuestra empresa o negocio, nos ayuda a reforzar nuestra identidad y a construir una personalidad o marca altamente diferenciada y competitiva.
A veces, sin embargo, nos llevan por el camino de la envidia. Hace mil años -o sea hace 10- empecé un blog en el que hablaba de lo que se me ocurría, aunque decía que era sobre marketing para poder colarlo en LinkedIn. Fue el antepasado de este NL, qué entrañable. Allí, en el lejano oriente de los blogs, escribí algunos consejos para gestionar tu nivel de envidia. Te los comparto aquí y puedes leerlo completo en aquel blog:
Aquí dejo el decálogo, por si os sirve (el orden de los factores no altera el producto):
1. Piensa en 5 cosas esenciales e importantes en tu vida. Todos tenemos una escala de valores, que se traducen en cosas personales, de nuestra vida, a las que damos verdadera importancia si reflexionáramos un poco. El caso es que como a menudo no nos paramos, esta listita la tenemos en el «desván» y se nos olvida recordarla en los momentos necesarios. Es más, uno a veces sube al desván a desempolvarla cuando se da cuenta de que lo ha perdido, o ha estado a punto de perderlo.
2. Sé agradecido/a. A veces nos acostumbramos a la rutina de los detalles, de los servicios o de la cercanía que los demás tienen con nosotros. Agradece la lista del punto uno, si puedes, cada día, para que se te grabe a fuego en tu cabeza y tu corazón. Agradece todo, hasta lo más pequeño y ordinario. Agradecer ensancha las pupilas y le hace a uno aprender a mirar y no sólo a ver. Dar gracias amplía tu capacidad de admiración ante la vida y ante las personas. Que llegues a un punto que alguien te diga: «¿pero, por qué me das las gracias?»; y tú le contestes: «Simplemente porque es martes».
3. Sonríe. Tu sonrisa no tiene precio, abre puertas, rompe barreras, desmonta argumentos de razonadas sinrazones… y recuerda: no hay nada que puedas llevar que sea más atractivo que tu sonrisa.
4. No opines sobre todo, no hace falta. Es igual a no opinar sobre nada y a meterte donde no te llaman, a creer que tienes razón en cosas que ni van contigo y que seguramente nadie te pida tu opinión. Evitarás quebraderos de cabeza, además de pérdida de tiempo.
5. Elige 5 placeres asequibles de la vida. Móntatelo. Las mejores cosas de la vida o son gratis o requieren muy poco dinero y muy poca organización de agenda. Un rato con amigos, una puesta de sol, comer pipas en un parque, una buena peli, una caña bien fría, un abrazo, unas risas, un baño en el mar (eso si vives cerca de él, jajaa!). En la vida hay que montárselo con las circunstancias que cada uno tiene… es muy fácil: si la vida te da limones, pide tequila y sal.
6. Adelántate. Haz lo que tú reclames de otros. Desinteresadamente, aunque ya se sabe que el que da, recibe. Sé útil y no te compares. No vale la pena, somos únicos en nuestra especie. Explota tus puntos fuertes y aprende de lo bueno que tienen los que te rodean: estamos en la era del «sharing» y de los videos tutoriales, casi todo se puede aprender. Y si no, déjate ayudar, porque no siempre tendremos que saber de todo, nos podemos apoyar en las cualidades de los demás. He dicho apoyar, no trepar.
7. Si hay dos… ¡únete! Esto sirve para la amistad, cada amigo es exclusivo para mí, pero no hay una amistad exclusivista. Cuantos más, mejor… y cada uno distinto y único, por eso el trato con cada uno será también distinto y único… en la amistad yo prefiero la buena discriminación.
8. Genera «idilios» a través de pensamientos positivos. Para ti y para los demás. Bastante tenemos con que «cada día tenga su afán», no le pongas tú más drama.
9. Mira, descubre y pon cariño. Quiere tus circunstancias, tu realidad, como a tus sueños. Pues son tu escalera para alcanzarlos. De todo, absolutamente de todo, podemos sacar algo bueno. Esto es así.
10. Bebe Coca-Cola. Serás más feliz. Ni trabajo para ellos, ni me pagan por hacerles branding… simplemente es mi lovemark y tengo la certeza de que su marca (no la bebida en sí, aunque para mí es un placer también) transmite felicidad, destapa felicidad, comparte felicidad… y si no, fíjate en sus anuncios, su estrategia de marketing. Tiene un modo positivo de ver la vida, y de vivirla.
Como ves, depende únicamente… de tu ACTITUD.
Más adelante pude leer un mini tratado sobre la envidia donde se desarrollaba el mejor antídoto: la admiración. Algún día te escribiré sobre ello.
El caso es que la admiración originada por la envidia sana me reta. Por ejemplo, hace unos meses, después de uno de estos NL, una amiga me escribió para contarme que al leerme le recordaba al escritor del libro de La Princesa Prometida. Me picó la curiosidad, supongo que por un inicio de vanidad, claro. El caso es que yo he visto la película mil veces. MIL. VECES. Pero, ¿el libro? Le pregunté si tan diferente era de la película (realmente le estaba preguntando: “en serio, ¿me vas a hacer leer el libro?”). Me dijo alguna cosa más e hice como si nada. Pero esa misma noche me puse a buscar por Wallapop -en plan romántico- la edición más antigua que alguien conserve en este planeta de “La Princesa Prometida”. Un libro de tapa dura, páginas amarillentas y olor rancio. A veces hago todo este viaje mental-emocional para convencerme de que el libro merece la pena. Surcar los siete mares si hace falta. Hasta que veo el precio, los días que tardo en recibirlo y recuerdo que tengo un iPad con el que acumulo y leo cientos de libros digitales que incluso subrayo y disfruto. Así que varias horas después le pregunté si tenía la versión digital.
Aún así -y aquí va la envidia sana- contándole esta historia a otra amiga, ella empieza a leer el libro antes que yo y me cuenta casi a diario lo guay que es cómo está escrito. Yo me muero de envidia de no poder sacar un rato para seguir leyendo más allá del prólogo del maldito libro, porque me distraigo en el camino con mil chorradas menos importantes que una princesa prometida. Y decido firmemente, después de 3 meses, que sea mi libro del verano. Y aquí estoy dispuesta a continuarlo… y terminarlo.
Y ya que ha salido Wallapop, te comparto este corto documental que han hecho, después de 10 años en el mercado (ellos empezaron a vender cosas de segunda mano en 2013, y yo empecé un blog): 10 años de impacto del bueno.
Me ha gustado mucho la idea de esa manera romántica de estar en la vida, contribuyo soltando lo que ya no necesito, para darle una nueva vida. Es algo en lo que me entreno un poco, porque la verdad es que yo tengo una relación sentimental con algunas cosas que uso: como mis gafas de sol o mi ropa. Creo que me marcaron en el subconsciente los muñecos de Toy Story o algo parecido. O sea, yo cuando tengo que viajar y me pongo a hacer la maleta tengo un diálogo interno con la ropa que voy metiendo: “venga, tú sí te vienes… sorry, esta vez no te puedo llevar conmigo”. Y vuelvo a meter en el armario aquello que no me llevo, casi sin poder mirarlo de frente, con cierto remordimiento. Luego se me pasa, pero me pasa. A ver, comprende que vivo momentos históricos, y la ropa que llevo estuvo allí, y la que se quedó en el armario no tuvo la oportunidad de vivirlo. Hay ropa que ha escuchado conversaciones muy interesantes con amigos, que ha pegado abrazos y ropa que ha sudado una JMJ, aunque luego la lave… estuvo allí. Han sido testigos de parte de mi vida… y puedo recordar algunos momentos por lo que llevaba puesto. Llámame friki… o romántica. El caso es que me acuerdo.
Y el caso es que me estoy excediendo en el límite de los 10 minutos. Perdón. Estoy en una habitación con un ventilador en el techo que me recuerda a la escena de Indiana Jones en el Templo Maldito… y me inquieta. Por eso voy a dejar de escribirte también. Te escribo desde Barcelona y he pensado muchas de estas cosas que he escrito desde la playa. Mientras contemplaba el mar y desde el mar. Te animo a “contemplar” en este mes de agosto, te pille donde te pille. Esto dice el newsletter de WANDER:
PD/PS: Este mes, ya te avisé que me gusta más el 19 que el 10, por la simple razón de que es mi cumpleaños. Recuerda: no me regales gelatina ni palmeras, por favor.
Otra amiga me dijo hace unas semanas que leer a alguien no lleva al diálogo. Pues tanto como si quieres felicitarme el cumple o empezar una conversación, puedes escribirme a hello@saintips.com o en MD en el Instagram de Saintips. It´s up to you.
En cualquier caso: gracias por leerme durante casi 15 minutos.
¡Qué maravilla leerte! Cuantos propósitos tengo después de esta NL... Y el libro de La Princesa Prometida es una auténtica joya, ¡anímate!