No es por fardar, pero esta noche vuelvo a escribirte desde otra ciudad: Roma. Concretamente con vistas al Monte Parioli. Ni tan mal, porque Roma nunca defrauda y si es en mayo y con sol, mejor que mejor. Estos días estoy escuchando y teniendo conversaciones molto interessante sobre el cuidado. Pero no es este mi tema ahora contigo, lo dejaremos para junio.
Hoy voy a empezar contándote un secreto. De mi pasado. No te hagas muchas ilusiones, no eres la primera persona en saberlo. Esta vez no.
Yo no llevo toda la vida escribiendo este NL, eso ya lo sabes. Pero a veces durante mi vida me hago la pregunta de “¿cómo he llegado yo hasta aquí?” (en distintos ámbitos y situaciones) y empiezo a tirar del hilo. Eso me gusta un montón: contarme mi propia historia a base de recuerdos. Pues empezar a escribir lo recuerdo a base de 4 momentos:
Una vez me regalaron un libro en blanco de hojas recicladas. Muy cool. Y escribí una historia en él. Pagaría lo que me sobornaran por recuperarlo. Seguramente mi madre lo tiraría pasados unos años desde que me fui de casa. Yo recuerdo que iba de unos rusos, internet y Coca-Cola… pero seguramente no tendría nada que ver con eso.
Llegó 3ºESO y nuestra profesora de Lengua, María, nos pedía hacer redacciones sobre cosas que nos habían pasado y teníamos que leerlas en alto para toda la clase. A mí eso me daba tanta vergüenza que el solo hecho de pensar que tenía que leer lo que había escrito de mi puño y letra delante de todos me superaba. Y le pedía a mi hermana Ana que me lo escribiese, así me aseguraba que si me tocaba leerlo en clase, a parte de no pasar miedo, me subirían la nota y ganaría puntos en popularidad por lo bien escrito que estaba. Ya, lo sé. Esto, más que un momento donde empecé a escribir, es una confesión en toda regla. Pero en realidad funcionaba como lo hacían en el cine los hermanos Coen, los Coppola o los Duffer Brothers de Stranger Things: co-creábamos. Yo elegía la historia que me había pasado en el colegio y se la contaba con todo lujo de detalles mientras merendábamos en la cocina y luego Ana le daba coherencia y le metía imaginación a la descripción. Así lo primero que escribió fue “Y la pelota voló”, que cuenta la historia de cómo se nos coló en el recreo una pelota en el cementerio de al lado del colegio de La Moraleja y cómo tuvimos que entrar allí y convencer al sepulturero para que nos la devolviera. Toda una aventura. Y así empezó mi mercado negro de redacciones y fama. Tanto, que ese año me (nos) publicaron en el anuario dos redacciones: la de la pelota y “Por la espalda”, un comentario crítico y personal (de mi hermana, claro) a un atentado de ETA en las calles de Sevilla a un matrimonio joven. No me importa si mi profesora lee este NL, porque, a parte de que mi delito ya habría prescrito, en 4ºESO me vine muy arriba detallando en una redacción cómo eran las discotecas que frecuentaba (mi hermana) y pienso que se dio cuenta de que era imposible que fuese yo quien escribiese eso. Un fallo técnico que acabó con mi carrera.
Otra vez fue durante mi etapa universitaria, conocí a alguien unos años mayor que yo y me retó a leer, pensar y escribir mis propias reflexiones y pensamientos. Tenía amigas que se enganchaban a otras cosas, mientras yo me enganchaba con esto.
Y luego puedo decir que he tenido dos blogs. El último fue el sitio de mi recreo (brandiumm) y otro anterior que era una especie de “Central Perk” compartido con una amiga para mantener nuestras conversaciones sin necesidad de que nadie más lo leyera. Eso fue a mis 28 años.
¿Y qué te diría mi yo de 28 años? Te comparto una de aquellas reflexiones “como la vida misma”. Ésta era sobre cómo interpretamos el tono al leer un whatsapp (por aquel entonces no existían los audios):
interpretando tonos...
Esto ya es un deber. Casi que me obligo a escribir un “pienso” sobre cómo interpretamos a veces lo que alguien nos escribe... el tono que suena en nuestra cabeza mientras lo leemos, la cara que nos imaginamos: exactamente es eso, imaginación.
Nos complicamos la existencia con algo que ni si quiera sabemos. Y en parte es inevitable... lo sé, porque tiene que ver con el aprecio y cariño que tenemos a quien escribe. Pero tiene remedio, o al menos por ese "remedio" opto yo.
¿Conoces a quien te escribe?¿No? pues entonces antes de juzgar, conócele.
¿Sí? (que será lo más normal, a un amigo siempre se le conoce...).
Entonces pon el tono que esa persona te ha puesto mil veces en conversaciones vis a vis, en open hearts que te ha hecho, en otras veces que te ha escrito, en las canciones que te manda, en las escenas de películas que te envía, en vuestras vivencias personales... no el tono de otras personas, ni de otros amigos, ni el que tú pondrías si fueses quien lo escribes; porque no es otro ni eres tú: es TU AMIGO, y lo más importante... te lo escribe a ti.
Y si te entran dudas: preguntas.
Si estás en la realidad de una amistad (que lo estás) dale la vuelta al refrán, sin miedo: "Piensa bien... y acertarás".
Uy, creo que hemos entrado en bucle de recuerdos. Pero me encanta desbloquearlos, ya lo sabes. ¿No te parece que hay recuerdos que ponen la memoria de gallina? Hace unos días estuve en La Manga. Tuvimos durante casi toda mi infancia y pre-adolescencia un apartamento en primera línea de playa del Mar Mayor. Y quise ir exactamente al portal de aquel sitio, es una manera que tengo de volver al origen (remember who you are). Hice un par de fotos y las mandé al chat familiar. Acto seguido, mi hermana Ana, la que escribía redacciones por mí, preguntó si se alquilaba.
Me encanta que mi hermana quiera siempre recuperar sitios donde hemos vivido, en plan reconquista: esto era nuestro. Y saber que cualquier día puede hacerlo me genera adrenalina.






Ya que estamos en bucle de recuerdos, tengo que reconocer que también busco ciertos olores:
Hay una planta que su olor me recuerda a Canarias, y está detrás de mi casa. A veces paso a posta por allí para recuperar ese recuerdo. La noche que llegué a vivir a Tenerife olía a eso, que a su vez me recordaba a un rotulador con olor a chocolate que me regalaron de pequeña. Too random, I Know.
El olor a glicerina para mí es limpieza, detalles.
Mi perfume desde los 16: Ck be. Que la gente diga que huele a mí, aunque yo ni me huela. Eso es marca personal, chaval.
La tierra mojada, la quema de hojas, el olor a barbacoa: me recuerdan veranos y findes en Torrelodones. Es olor a planes caseros y familiares.
La colonia de mi abuelo: cada vez que me cruzo en la calle con esta colonia necesito ver la cara de quien la lleva.
Para rizar más el rizo te recomiendo este video de Jordi Roca, que motivado por un buen amigo que perdió el sentido del gusto, decide emprender un ambicioso proyecto sin precedentes: recuperar el recuerdo del gusto a un grupo de personas a través del cacao. Todo el mundo sabe cómo se llama a las personas que han perdido la voz, el oído o la vista. Pero, ¿cómo se llama a quienes han perdido el sentido del gusto?
También en esos días de playa, viendo el mar, he vuelto a tener un pensamiento recurrente. Pensaba: ese mar estaba ahí mucho antes que yo, y seguirá ahí mucho después de que mis insignificantes preocupaciones se olviden. Va y viene a la orilla, pero siempre está. El bombardeo de las redes sociales te hace sentir que el mundo entero está obsesionado contigo y tu pequeño ego: te ama, te odia, está hablando de ti en ese preciso momento. El mar, sin embargo, te hace sentir que el mundo te recibe con una indiferencia blanda, húmeda, acogedora. Nunca discutirá contigo, por más que grites.
Me quedé ahí contemplándolo durante mucho rato. Había algo asombroso en el hecho de estar tan quieta, de no estar pasando pantallas. Intenté recordar cuándo había sido la última vez que me había sentido así. Es cuando aparcas tus distracciones cuando ves de qué te estabas distrayendo.
Mi manera habitual de consumir internet induce a la ansiedad. Pero consumir información con profundidad en menos tiempo, induce a la perspectiva.
De alguna manera el mar me dice que está ahí “para siempre”. Y he leído este mes otra vez a Enric Sánchez que piensa que:
“Decir “para siempre” es la única forma de vivir el presente. Decirlo desde el hoy, aunque solo dure hasta mañana.
“Para siempre” no es una cuestión de tiempo, es una declaración de intenciones.
“Para siempre” es no ver otra salida.
“Para siempre” es avisar de que tú vas con todo y que pase lo que tenga que pasar.
“Para siempre” es salir a jugar a riesgo de perder(te). Quién sabe dónde está el final.
Nadie sabe cuánto es siempre, pero solo la palabra ya asusta. No estamos acostumbrados a decirnos las cosas.
Se nos ha olvidado arriesgar, andar por el precipicio, mirar a los ojos, saltar al vacío.
Yo creo que nunca deberíamos dejar de decir siempre”.
Estaba hace unos días comiendo con una amiga que me conoce bastante, pero siempre cree que puede descubrir algo nuevo sobre mí y me asalta con preguntas tipo la del otro día: “¿oye, cómo dirías tú que te han formado (educado) tus padres?” Buena pregunta, pensé (pero en realidad solté: WTF). Pienso que mis padres no me han formado, simplemente me han amado. Y el amor no forma, el amor transforma. Eso, más muchísimo sentido común combinado con libertad de hijos. No cualquier libertad. Libertad de una Sanz Levia. Con una identidad, con un estilo de vida propio de mi familia. Los Sanz Levia. Y todo esto ni me lo decían, ni lo había hablado nunca, simplemente lo sé. Pero resulta que mi madre el otro día, sin preguntarle, me dio un titular mejor: os hemos educado sin prejuicios.
Y como por arte de magia esa misma semana estaba leyendo a Séneca que da estos consejos para la formación en el espíritu joven en el libro de “El arte de mantener la calma”. Te los recomiendo: apunta.
El aliento genera autoconfianza, pero el halago y la permisividad engendran arrogancia y mal temperamento. Es necesario encontrar el camino medio, tirando de las riendas unas veces y espoleando otras.
Procura que tus hijos no tengan contacto con vilezas y mezquindades. Enséñales a no suplicar por nada como pordioseros, y si lo hacen, no les permitas sacar fruto de ello. Por el contrario, procura que la recompensa sea siempre coherente con sus logros y con lo que se espera de ellos en el futuro.
Cuando compitan con otros niños, enséñales a ganar y a no enfadarse si pierden. Que practiquen la deportividad con los rivales para que así se acostumbren a vencer sin hacer daño.
Cuando venzan y sean merecedores de aplauso, que celebren el éxito sin llegar a ser presuntuosos, pues la presunción engendra complacencia, la complacencia engendra orgullo y este a su vez alimenta el ego y el engreimiento.
Concédeles tiempo libre, pero no los dejes caer en la indolencia, y mantenlos alejados de los placeres, pues una educación blanda y sin disciplina solo genera adultos iracundos. Por eso, cuanto más se consiente a los hijos únicos y más se protege a los huérfanos, más corrupto se vuelve su espíritu. Los niños a los que nunca se niega nada, esos cuyas lágrimas enjugan las madres sobreprotectoras, esos a los que siempre se les da la razón por encima de sus maestros, nunca aprenden a desarrollar estrategias contra la frustración.
La prosperidad alimenta la ira cuando los aduladores rondan los oídos de los arrogantes: «¿Cómo permites a ese hablarte de esa forma a ti? Toma conciencia de tu propia importancia. No te rebajes...». Ante frases como estas ceden incluso los espíritus más firmes y mejor cimentados.
Aleja a tus hijos de la adulación, acostúmbralos a oír la verdad.
Que sientan miedo de vez en cuando, que respeten siempre a los demás y sobre todo a los ancianos.
Que no consigan nada por medio de la ira. Lo que les niegues cuando lloren, dáselo cuando se calmen.
Que conozcan la fortuna de sus padres pero no tengan acceso a ella.
Regáñales por mentir. Procura que sus maestros y ayos sean personas serenas, pues, durante el crecimiento, los niños imitan a quienes les rodean, de ahí que el carácter de los adolescentes a menudo se parezca al de sus preceptores.
Es importante que la alimentación de tus hijos sea frugal, su ropa, modesta, y su estilo de vida, parecido al de sus compañeros. Si se sienten iguales a los demás, no les molestarán las comparaciones.”
Para terminar te dejo un consejo que he aprendido hace poco: la anemia disciplinaria.
Te sonará, porque de inicio nos pasa a casi todos, empieza con un círculo vicioso:
“No como porque no tengo hambre. Y no tengo hambre porque no como. Y no como porque no tengo hambre… y así”. Anemia.
Lo mismo pasa con casi todas las cosas que no tienes ganas de hacer, pero que muy seguramente deberías estar haciendo.
Por ejemplo:
No hago ejercicio. No hago ejercicio porque no tengo ganas. No tengo ganas, porque no hago ejercicio.
No leo. No leo porque no tengo ganas de leer. No tengo ganas de leer porque nunca leo.
No me levanto temprano. No me levanto temprano porque no me gusta levantarme temprano. No me gusta levantarme temprano porque nunca me levanto temprano.
Anemia. Todos son casos de anemia. Anemia disciplinaria.
¿Y cómo se rompe ese círculo vicioso?
COMIENDO SIN HAMBRE. Para que las ganas de comer lleguen solas después.
Haciendo ejercicio sin tener ganas. Hasta que nazcan las ganas.
Leer un poquito, hasta que surja la necesidad de leer.
Levantarte temprano suficientes días como para que tu cuerpo te lo pida naturalmente.
Coge un hábito que quieras incluir en tu vida, y comprométete a alimentarlo tengas o no tengas ganas. Y te prometo que las ganas van a llegar.
Pilu gracias por compartir estas reflexiones que me han hecho reír, pensar y reflexionar en cosas que me vienen muy bien.
Ánimo sigue así