En serio, no me creo que el final del verano haya llegado. Por lo general, para mí hoy sería 41 de agosto, pero te estoy escribiendo desde mi cuarto con el ventilador puesto y tormenta fuera, en breve puede que me duela la garganta, esta semana he dormido varias noches con sudadera y dos veces he llegado a casa calada hasta los huesos. Y he arrancado el curso, el mes o lo que sea de la peor manera posible: un non stop total.
Para el que sea nuevo por aquí le aclaro que ni vivo en Nueva York ni trabajo en Wall Street. Mi trabajo está a 10 minutos andando de mi casa, y mi casa a 10 minutos andando del trabajo. Eso hacen entre 20 y 40 minutos al día de deporte… si lo miras con optimismo, que es como lo miro. Mi reloj me lleva una contabilidad de movimientos. Me humilla preguntándome si quiero activar “modo entreno” cada vez que llego tarde a un sitio porque mis pulsaciones se vienen arriba cuando acelero el paso (acelerar para mí pocas veces significa correr). Otras veces mi reloj me avisa de que toca levantarse… no sé muy bien de dónde. Otras me da la enhorabuena precisamente por llevar de pie los minutos en los que habíamos quedado… aunque en ese momento esté sentada. No le entiendo mucho. Ni falta que hace.
Aprendí de mi hermano pequeño la costumbre de intentar acostarme habiendo cerrado los círculos que me marca mi reloj. Aunque eso signifique dar pasos sin ton ni son por mi casa o mi cuarto antes de meterme en la cama. Ojalá tuviera la misma determinación para cerrar otros círculos de mi vida antes de acabar el día. Poco a poco.
Esta intro es sólo para explicarte de dónde viene el título del post de septiembre. Es la frase que me escribió mi hermana el jueves pasado cuando vio que mis círculos de ejercicio habían dado varias vueltas sobre sí mismos antes de las siete de la tarde. Describe genial mi mood este mes.
Septiembre y enero se parecen bastante, ¿no crees? Son dos meses donde hacemos propósitos, al menos en esta zona del mundo donde septiembre significa empezar el curso. A mí no me ha dado tiempo a hacerme ninguno, porque aun tengo incompletos los propósitos de enero y de agosto: sigo leyendo “Hábitos atómicos” (aunque lo realmente atómico es que todavía no haya acabado el libro) y no llegué a terminar el de “La princesa prometida” porque se cruzó en mi lista de lectura “Un banquito de madera”, de Jesús Montiel.
Voy por partes, porque tengo más de 20 cosas que contarte en 10 minutos, o eso dice mi nota de apuntes en el móvil.
No me culpes, ni te culpes, cuando te frustre ver que los propósitos que nos hacemos no los cumplimos. Te voy a contar una cosa que no he aprendido de los hábitos atómicos sino de un consejo en mi confesión de hace unas semanas: foméntate los deseos adecuados antes de hacer un propósito. Se explica muy bien en este video-sesión desde una perspectiva cristiana que puede ayudarte a entenderlo porque habla del corazón humano. Unamuno también comentaba algo sobre esto:
“Sólo odiamos, lo mismo que sólo amamos, lo que en algo, y de una o de otra manera, se nos parece; lo absolutamente contrario o en absoluto diferente de nosotros no nos merece ni amor ni odio, sino indiferencia. Y es que, de ordinario, lo que aborrezco en otros aborrézcolo por sentirlo en mí mismo; y si me hiere aquella púa del prójimo, es porque esa misma púa me está hiriendo en mi interior”.
Y es que ya sabes de sobra que “no se ganó Zamora en una hora”: nada sustituye al tiempo para una relación profunda, auténtica, sincera y honesta… incluso con uno mismo. Vivimos siempre en un “in between”, en una transición, vivimos para adaptarnos. Y para esto necesitamos paciencia, y septiembre es un buen mes para ejercitarla. Algo que he aprendido también en agosto ha sido que existe un superpoder que se llama “longanimidad”, tener ánimo largo, sin desanimarse. Es un superpoder porque es un don del Espíritu Santo. Así que ya puedes pedirlo. Para empezar bien el curso te dejo estos 10 consejos que pienso que ayudan a tener esa longanimidad.
*(Acabo de apagar el ventilador porque ya me estaba congelando: #dato)
El psiquiatra Enrique Rojas publicó hace unos días este consejo sobre el hábito de la lectura. Y la verdad es que me hizo pensar sobre una regla de tres. El fin de semana pasado escuché un libro de 144 páginas (nivel medio) en 3h. Era un audiolibro. No todos los libros que quiero leerme están en audio (algunos sí están en el podcast de “Un libro una hora” y así puedo disfrutar del resumen de 3 libros en 3 horas). Pero voy al grano: 3h pueden llegar a ser fácilmente la suma de muchos pocos minutos perdidos de tiempo en mi día. Muchas de esas pérdidas de tiempo son tiempos de “espera” con mi móvil. “Espera” real, ficticia o inventada. Pero “espera” en cualquier caso. Así que he firmado mentalmente un pacto con mis esperas: cambiar el móvil por un libro. No me leeré un libro al día, pero podré avanzar con el que me esté leyendo. Esto es la estrategia de “la regla de los 2 minutos”: ponerse un objetivo mínimo muy sencillo cuando empiezas a formar un hábito retador. Leo 2 minutos cada vez que empieza una espera… y paro.
Las esperas sin móvil son todo un reto que fomenta mi inquietud. Y la inquietud, dice el Papa Francisco, es el mejor remedio para la rutina. Una rutina que, a veces, es una especie de normalidad que anestesia el alma. “La realidad es la siguiente: vivimos poco tiempo, pero nos acostumbramos a estar vivos. Y la costumbre desaparece con el amor. Este amor convierte al prójimo en un territorio inexplorado; al día, en un lugar de oportunidades, incluyendo las seguras contrariedades que surgirán y lo trastocarán todo. Es una mirada, timoneada por el corazón, la que transfigura la realidad. O mejor: la redescubre. Porque la realidad es bastante. Lo que sacia no es nunca lo chocante, sino lo más evidente, aquello que está ocurriendo. El truco para escapar de la costumbre es amarla. Vivir zambullidos en la costumbre, pero contemplativamente. No escapar de ella, sino adorarla. Entonces se experimenta la estructura espiritual de los días que parecen iguales. Entonces todo es nuevo aun siendo lo de siempre. Entonces se vive”.
Todo esto no lo digo yo, sino Jesús Montiel en su libro de “Un banquito de madera”. Como comprenderás no pude dejar de leerle en mis tardes de playa hasta acabar la última página.
Y sigo, con algo que explica en otro capítulo, para explicar lo paradójico que es nuestro mundo: “Nos gustaría tener más silencio, pero al llegar a casa encendemos la tele y en el coche ponemos la radio. Pasa lo mismo con la atención: la deseamos, pero estamos siempre consultando nuestro iPhone de manera intermitente, a la vez que nos ocupamos en otra cosa. Y pagamos por el recogimiento, nos vamos a los retiros en monasterios al tiempo que los monasterios se vacían de contemplativos, que fueron su razón de ser. Antes que adorar los árboles de verdad, los colgamos retratados en nuestras redes, volviendo su belleza una mercancía a cambio de un poco de existencia. Nos conmueve el cielo que ponemos como fondo de pantalla y desatendemos el que hay encima de nuestras vidas, con una hondura que jamás empatarán todos los píxeles del mundo. Pero nos conformamos con el anhelo. Hacemos de la sed un estandarte, sin atrevernos al trago. Quizá sea este el verdadero desafío de en un siglo tan extrovertido como el nuestro: trabajar la interioridad de manera que sean cuales sean las circunstancias haya un bosque dentro de nosotros”.
Perdón por haber transcrito tanto, pero este libro me ha cambiado el verano.
Y esto me ha llevado a la reflexión sobre “el poder del no”. Decía Steve Jobs:
“La gente piensa que concentrarse significa decir sí a aquello en lo que debes concentrarte. Pero eso no es lo que significa en absoluto. Significa decir no a las otras cien buenas ideas que existen. Tú tienes que escoger con cuidado. De hecho, estoy tan orgulloso de las cosas que no he hecho como de las que he hecho".
Y es que no podemos hacer todo. La buena estrategia implica decir no a las cosas. De hecho, es la esencia de una estrategia: el enfoque. Cuantos más noes, más enfoque tendremos de manera automática. Decir NO es tener claras todas las grandes oportunidades. Lo que hemos decidido no hacer para centrarnos en la oportunidad principal que tenemos delante. Es poner nombre a nuestros noes. Y hacer paz con nuestro único enfoque.
Mi enfoque ahora es no quitarte más de 10 minutos de tu tiempo, así que termino con estas recomendaciones:
Si tienes la suerte de seguir en septiembre de vacaciones, te dejo unos tips para la vuelta (tú que aun estás a tiempo de no estrellarte).
Si ya has vuelto y tienes síndrome post vacacional, hazme caso y #fundatuvida con los thinkglaos: experiencias en formato presencial. Think (Pensar) + glaos (Tinglados) = Thinkglaos (Ratos para pasarse a pensar + cervezas y vinos en buena compañía). Busca si hay en tu ciudad, en Madrid están.
Si estás a tope y el tiempo no está a tu favor, te dejo este post que publicó Pablo Garna en su insta hace unos días para respirar, insistir, saborear, disfrutar, querer, pensar, priorizar, guardar, no juzgar y… amar:
Ah! Casi se me olvida: estuve en Barcelona en agosto, ¿te acuerdas? y aunque me quedo con el silencio que me arropó en La Merced, Princesa de Barcelona; Gaudí me enseñó esto que solía decir: «Para hacer bien las cosas es necesario: primero, el amor; segundo, la técnica». Sólo al contemplar con calma la Sagrada Familia pude comprender que era un “loco de Dios”.
Y oye… Wake me up when september ends (Credits: Green Day).
*Gracias a los protagonistas de “Los Goonies” y su BSO por querer ser los embajadores de este NL durante las últimas semanas: estamos a punto de llegar a los 400 suscriptores. Y gracias Data, por inspirar la portada de este post, ellos fueron siempre mi película del verano.